domingo, 25 de enero de 2009

EL OTRO EXTREMO DE LA LOCURA

Bueno ya que he estado ausentisimo quise recuperar un poco mi ausencia regalandoles un cuento que escribi. Espero que les guste, yo disfrute mucho escribiendolo.Cualquier critica por cruel que sea por favor no duden en hacerla.

Un saludo


Sueño, si no tienes dueño
Yo te puedo recoger
En mi vida hay siempre un sitio
Y te lo puedo yo ofrecer

Acércate a mi y reposa
Sueño, si es que vas errante
Que el reposo es el alivio
Aunque sea por instantes.



EL OTRO EXTREMO DE LA LOCURA



Drell sabía que el duque Cadmio, de cumbres luni-sanguíneas, no estaba completamente en sus cabales. Y en verdad no lo estaba. Había pasado demasiado tiempo en el ensueño como para que su cordura saliera intacta, muy por el contrario, esta se encontraba sumamente fracturada.

Todos los seres fantásticos sabían a la perfección los riesgos de pasar demasiado tiempo en el ensueño: el hogar de las hadas y seres mágicos. El ensueño era el único lugar donde los seres mágicos podían ser precisamente eso, mágicos. Era totalmente distinto al mundo real: tan cuadrado y estático. El ensueño, al contrario, era un lugar locuaz donde todo podía pasar. Un día podías estar luchando apasionadamente contra un pelotón de monstruosos goblins para defender tu castillo y al día siguiente podías estar compartiendo una copa de ambrosia junto a una monumental sirena, intercambiando besos y cantos en una playa de arena dorada. El mundo real, en cambio, era una oda a lo automático, era la rutina pura, la frialdad mas turbia y gris. Ni si quiera se podía sentir un miedo intenso o una felicidad desmedida, porque en el mundo real todo se sentía tan solo a medias, a excepción de la desesperanza y el vacio.

Sin embargo el mundo real poseía ciertas ventajas: era relativamente seguro. En el ensueño era necesario cuidarse las espaldas de los monstruos míticos, pero en el mundo real un Leviatán jamás saldría de pronto para devorarte con violencia. A pesar de esto muchos seres mágicos creen que es mas digno morir en las fauces de una criatura mítica que en manos de un limosnero que te dispara para poder comprar un poco de licor, del barato. Como solía pasar en el mundo real.

Otra aparente ventaja del mundo real es que ayuda a mantener la cordura. De tal forma que si un ser magico cree que se esta volviendo loco por pasar demasiado tiempo en un lugar tan caótico y dinámico como el ensueño puede ir al mundo real a recuperar un poco de cordura. Los seres del mundo real, por su incredulidad en todo lo mágico, ven a las criaturas del ensueño como otro ser humano normal e ignoran su forma mágica. De vez en cuando algún niño o algún loco, cuyos pensamientos no son tan rígidos, se da cuenta que hay un ser mágico entre ellos lo que les provoca maravilla y fascinación.

En todo caso los seres faéricos, mitad humano mitad hada, debían conservar siempre el equilibrio, so pena de perder su lado mágico si pasan mucho tiempo en el mundo real o perder la razón por pasar mucho tiempo en el ensueño. El duque Cadmio sabía que su juicio se estaba desvaneciendo, lo sabía perfectamente, pero había hecho una promesa hacia muchos años, es mas, hace muchas vidas. Una promesa que ahora lo ponía de cara con el riesgo inminente de la locura total.


Cuando Drell de Castilla, el sátiro, lo vio venir caminando junto a un par de caballos cadavéricos alzo el mazo con el que arreglaba el viejo tanque de guerra para saludarlo. Drell sentía algo de compasión por el noble fae pues definitivamente tuvo tiempos mejores. Todos en el feudo de luna sangre lo habían tenido, solo que en el duque la decadencia era mas evidente. Cadmio se lanzó de espaldas al pasto cuando llegó junto al viejo sátiro de barbas ensortijadas y ahí, en el pasto, se quedó unos breves minutos observando su feudo: los tres soles que se asomaban por encima de las montañas flotantes, el altísimo pasto rojo que al ser movido por el viento parecía una marea de fuego vivo y luego poso sus ojos en el cielo carmesí que se asemejaba al color de la sangre. Esta visión trajo el doloroso recuerdo a su memoria.

Habló para que su voz interrumpiera sus recuerdos

-Drell, dame los reportes de la situación- Dijo con voz autoritaria, sin levantarse del pasto. El viejo sátiro esperaba que le hiciera esa pregunta, seria rarísimo no oírla en el transcurso de la mañana así que, casi como un ritual aprendido a la fuerza de la repetición, contesto.
-No se ven enemigos en el frente su majestad- Acto seguido se preparó para escuchar la siguiente parte del ritual. Cadmio exclamando airadamente su deber de proteger el feudo de luna sangre.
-Yo he jurado defender ardientemente este reino a costa de la vida misma, que nadie ose levantar su espada contra luna sangre pues desablablablablablabla…

El satiro continuó dándole martillazos a las tuercas del tanque quimérico tratando de que el estruendo de los golpes acallara el dialogo del Duque Cadmio. Este se percato de esto así que alzo aun mas su voz, ante lo cual el sátiro aumento el volumen de su ruido. Haciéndose así merecedores indiscutibles de las maldiciones proferidas por los duendes zapateros y las pixies, que aun no habían terminado de despertar.

El sátiro ya con sus oídos cansados por el estruendo y con la mente hastiada por la rutinaria platica mañanera dejo de martillar y grito a viva voz.
-No hay guerra!!!, ni la habrá!!!... los seres mágicos de este feudo ya han desaparecido, o bien tragados por la banalidad o bien han huido a tierras con mas soñadores. ¡¡¡Se acabo, no hay reino que cuidar, mucho menos guerra!!!!

El duque cerró los ojos con fuerza, como si quisiera evitar ver algo grave, a los pocos segundos volvió a exclamar

-Imposible, la emperatriz Irene esta tramando algo, lo se. Esta reuniendo hombres viciosos, monstruos quiméricos hambrientos de carne, dragones rojos que nos dejaran caer el infierno desde las nubes. Se dispone a desatar la mas grande de todas las gu…

Drell lo tomo por los hombros ejerciendo presión con sus dedos, lo miro severamente para decirle con algo de compasión combinada con enojo.

-Ella se fue Cadmio, se fue hace años.


El duque solo atino a callar.

-Te conviene ir al mundo real un tiempo, has estado demasiado aquí. Aun te queda un poco de cordura. ¡¡Por favor recapacita¡¡¡. Ve a la tierra de los mortales a olvidar un poco tanta telaraña mental que tienes. Es mas, puede que la emperatriz Irene haya escapado al mundo real también y quizás te espere. ¿No crees?


Cadmio, seguía de pie frente al sátiro, pero su mente se encontraba vagando por los laberintos de su pensamiento. Recordaba absorto las brutales guerras que libró contra la emperatriz Irene, del ducado de la nueva extremadura. Batallas épicas tan feroces que cambiaron la forma misma de la geografía en el ducado de luna sangre. Monstruosas guerras que, incontables veces, tiñeron de rojo todo el panorama del campo de batalla. Aún en este momento, podía recordar con nitidez absoluta la bravura de los himnos de batalla, los canticos, las marchas, los tambores. El ensordecedor estruendo de los cañones dorados de los elfos al ser disparados, el rugido apocalíptico de los dragones gigantes antes de escupir el fuego abrazador, el inconfundible sonido de metal contra metal, metal contra carne, metal contra alma. Ahhh…y después de abrirse paso por entre hordas de hordas de guerreros enfurecidos, de montañas de cadáveres que en vida fueran bravos guerreros y de mares de sangre y miembros extirpados llegaba la recompensa. La visión monumental de la emperatriz Irene, de la nueva Extremadura, siendo cargada por los aires en su excelso trono dorado flotante. Desde las alturas la emperatriz observaba con desdén a todos los que batallaban bajo su sombra, pero con especial desaire arrojaba su mirada al Duque cadmio de cumbres Lunisanguineas quien, abriéndose paso entre cadáveres a fuerza de espada, lograba estar frente a frente con ella.

Acto seguido la emperatriz solía lanzarse a tierra blandiendo su espada. Era una obra de arte, tanto el arma como la mujer, quien había visto llorar a muchos de los mas salvajes gladiadores ante su sublime belleza.

Cadmio la solía esperar abajo, cubierto de sudor y sangre, de dolor y de cansancio, pero también de ardor e ímpetu. Se aferraba a su espada con los dos puños temblorosos sin perder de vista a la mujer etérea que caía furiosa hacia él. De repente se escuchaba el rabioso golpe de espada contra espada, la magnitud del impacto mandaba a Cadmio hacia atrás mientras que Irene se abalanzaba sobre el azotándole varias veces con la espada, que el duque alcanzaba a esquivar a duras penas. Luego el solía apartarla de una patada en el estomago para inmediatamente después intentar rebanarle la cabeza con un sablazo que ella conseguía eludir con dificultad en un agache. La emperatriz, aprovechando que su enemigo había quedado descubierto, le propinaba un centellazo tan magnifico que destrozaba la armadura metálica de Cadmio, pero no conseguía acertar a destruirle ningún miembro vital.

Las batallas con sus variantes seguían este esquema hasta que llegado un punto, la violencia con la que se castigaban provocaba que las espadas se grieten hasta que finalmente se destruían. Ya, en este punto, con las armaduras de ambos combatientes rasgadas, destruidas o demolidas continuaban los golpes de puño, las patadas, los gritos, las maldiciones de guerra, golpes de cuerpo contra cuerpo, empujones y finalmente los agarrones. Quien haya quedado mejor parado a este punto de la batalla solía aplicar un agarre intenso a su enemigo quien se lanzaba al piso para intentar escapar al dolor. Ya uno sobre otro en el piso procedían a lastimarse, a morderse, a seguir forcejando sin tregua.

Las armaduras o las ropas ya estaban prácticamente destrozadas. La lacerada piel estaba descubierta casi en su totalidad. Pequeños moretones se asomaban aquí o allá. Prácticamente toda la dermis visible estaba empapada en sangre, la que no, estaba empapada en sudor. El corazón de ambos combatientes prácticamente se salía del pecho por la mezcla de emociones. El olor corporal expedía: ardor, pasión, deseo. Los ataques brutales se iban convirtiendo, poco a poco, en agasajos sádicos. La mutilación del cuerpo rival se envestía de excitación pura y los ataques ardientes los llevaban finalmente a otro tipo de batalla corporal.

Ahí yacían ellos, cubiertos de sangre de la cabeza hasta los pies, en medio de montañas de cadáveres y ríos sangrientos quemándose al sol, sosteniendo su personal batalla en el extremo de la pasión. No había nadie como testigo de su cruel entrega, tan solo los cientos de muertos.

Asi, mas o menos eran las cruentas batallas entre el reino de luna sangre y el reino de la nueva Extremadura. Nunca faltaba las guerras diplomáticas tampoco, pero las mas grandiosas eran las que se libraban en el campo de batalla, aquel ejercito y aquel par. Cadmio esperaba expectante otra guerra, por lo que era usual que ambos soberanos aprovecharan cualquier pretexto para atacarse mutuamente. Sus súbditos se hubieran escandalizado de haberse enterado de estas pasiones tan caras en vidas, asi que solo les quedaba verse a escondidas o en el campo de batalla.


Cadmio había revestido de un falso civismo a su juramento de proteger su feudo, pero lo que en el fondo deseaba era volver ver a Irene, realmente esa era la parte del juramento que anhelaba cumplir. Sin embargo hacia ya muchísimos años la emperatriz del reino dejo de dar noticias. Cadmio la esperaba con los ejércitos listos para un eventual ataque sorpresa, pero los años fueron largos. Los soldados se cansaron, algunos se fueron y otros se hicieron viejos. Muchos murieron esperando una nueva guerra. Cadmio, sin embargo, aun guardaba las esperanzas de ver a su enemiga, hasta que ahora Drell lo estrellaba con la dura realidad.

El duque era consciente que se estaba volviendo loco, incluso para los estándares de un ser del Ensueño. Cuando un Fae te dice que estas loco entonces realmente tienes problemas. Ya los pocos sus súbditos que quedaban en el feudo lo evitaban para eludir así sus demenciales conversaciones. Otros se burlaban de el a sus espaldas por sus extravagancias y él mismo, de vez en cuando se sorprendía de pie mirando por la torre del castillo tratando de descubrir alguna señal de su amada enemiga. Lo hacia durante días seguidos, sin que el sueño, el hambre, o el dolor de las heridas infectadas por su último encuentro con ella interrumpieran su vigilia.

-Ya basta, se dijo.


Sin ninguna ceremonia, omitiendo despedidas vanas, se aparto de Drell. Se encaminó firmemente hacia el portal que transportaba hacia el mundo real, o el mundo de otoño como le decían los seres de fantasía. Su andar era firme pero su corazón se resquebrajaba de miedo. Hacia décadas que no entraba a ese bizarro lugar, pero aparento decisión lo mejor que pudo. Llegó al árbol. Apretó las mandíbulas con fuerza antes de darle la primera vuelta, al darle la segunda sintió desvanecerse del terror y al darle la tercera vuelta llego al mundo real. El impacto de tal visión era como un espadazo de hierro frio directo al alma.

Decenas de edificios cúbicos e idénticos unos a otros se levantaban sobre un piso grisáceo que se encontraba prácticamente oculto bajo bolsas de fritura, periódicos viejos y latas de refresco. Sobre el asqueroso piso gris miles de personas andaban a raudales con un caminar que apenas se distinguía de un correr. Todos estaban vestidos igual y a primera vista perecía que les faltaba rostro. Lo que sucedía era que todos, desde el mas joven al mas viejo, carecían de expresión. Había que hacer un enorme esfuerzo para poder reconocer si eran aparatos eléctricos o si de verdad estaban vivos. Todos caminaban apresuradamente bajo las espectrales sombras de los edificios que tocaban el cielo sin ser divinos. A pesar que eran ejércitos enteros de personas caminando en muchedumbres, nadie parecía interactuar con el que caminaba junto. Era como si, entre todos, se evitaran como la peste.

El duque, que solo era duque en el ensueño, se decidió a dar el primer paso después de un largo rato, pues por mucho tiempo intentó distinguir donde terminaba la masa y comenzaba el individuo. Sin darse cuenta una marea de gente que estaba esperando la luz verde arraso con el y arrastro al pobre hado como si fueran la corriente de un rio feroz.

Después de unos breves segundos de verse obligado a caminar con la grisácea corriente humana dejo ahí junto al árbol portal un recuerdo. Pero era uno viejo. Se trataba del añejo recuerdo de un día en el festival de Samhain, cuando su reino era lozano y magnifico. Sus súbditos bailaban tomados de la mano junto a un fuego mágico la música que los sátiros entonaban con sus flautas. Por un momento el Cadmio de aquella época tiro su corona, olvido el protocolo al que estaba obligado por su cetro y tomo de la mano a la ninfa mas alegre de su reino para bailar como narcotizados al son de la música junto al fuego, como un campesino mas. Un hermoso recuerdo que ahora yacía olvidado junto al único árbol marchito de una metrópolis gris.


La corriente continuó avanzando con rapidez, sin detenerse, pues todos en la muchedumbre tenían asuntos urgentes que atender, pero ninguno importante. De esta forma impulsado por la amorfa aglomeración llegó a una zona donde no quería llegar, pero no le quedo mas remedio que permanecer ahí si quería evitar a la molesta multitud. Se trataba de una pequeña tienda de televisiones cuyas pantallas luminosas atraían a un pequeño puñado de personas, así como una luminosidad cualquiera atrae a un pequeño puñado de insectos. La diferencia básica era que los insectos se veían más vivos. Las personas amontonadas alrededor del aparador de televisiones parecían estatuas estupefactas con la mirada enterrada en las pantallas. Cualquier cosa, la que sea, hubiera podido entrar por las bocas semiabiertas de los televidentes. Cadmio se acerco para ver que era lo que observaban todos con tanta admiración. Al acercarse pudo descubrir que en la tele se proyectaban aventuras heroicas, actos extraordinarios y magos arcanos. Ninguno de los que se encontraban apostados junto a las televisiones cayo en cuenta que junto a ellos había un verdadero ser faérico, participe de las mas encarnizadas batallas e invocador de encantamientos impresionantes. Todos prefirieron darle su atención a la batalla de utilería, a las espadas de cartón y a la magia de los efectos especiales.

Cadmio observo atento la televisión y no tardo en darse cuenta que era mucho menos cansado ver luchar a alguien que empezar una lucha por si mismo. Así mismo, era mucho mas cómodo observar atento una vida fingida que vivir una vida real. Y mientras se perdía en el argumento ridículo que tenia frente a si, las imágenes de la pantalla le sepultaron un recuerdo, pero era un recuerdo antiguo. Se trataba del lejano recuerdo de su primera gran batalla, aun antes de ser Duque. Cuando apenas era un caballero sin nombre, montando su caballo a todo galope junto a un batallón de caballeros en armaduras plateadas que apuntaban sus gigantescas lanzas hacia los corazones del ejercito enemigo que los doblaba en numero.

De pronto las lanzas penetraron las carnes, los enemigos lanzaron flechas, armas y conjuros mortales que Cadmio y sus amigos apenas alcanzaban a esquivar. Respondían estos, sin embargo, con sus sables feroces con los que lograron, después de varias horas, dominar a las hordas enemigas. Los festejos que siguieron a este triunfo duraron semanas. El orgullo de Cadmio por su primera gran hazaña de no cabia en su pecho. Un heroico recuerdo de valor que yacía arrumbado en algún lugar polvoso tras la televisión en ganga.

Despues de un par de horas que parecieron minutos se decidió a retirarse del trance que le provocaba la televisión. Pudo acoplarse mucho mejor al mundo real despues de perder algunos de sus recuerdos del mundo del ensueño. Olvidándose que alguna vez fue un duque y dejando de lado el hecho de ser gobernante del Feudo de Luna sangre todo era mas facil. Ya un poco mas acostumbrado al mundo real recordó que en algún tiempo tuvo una casita que contrastaba brutalmente con su colosal palacio en su Feudo.

Dando tumbos, pero ya aclopado mejor al andar de las multitudes recordó el camino a casa. Para llegar ahí subió a un auto-bus de transporte Urbano tan atestado de personas que parecía que en cualquier momento iba reventar. Pudo conseguir un asiento después de prácticamente arrebatárselo al anciano que preparaba el culo para sentarse el. Deambulo por las calles de una ruta urbana intrincada junto a una compañera de asiento que parecía difunta, pero que sin embargo dormía. Era joven pero aparentaba vejez y al juzgar por la mueca de angustia en su rostro no soñaba nada agradable, mas bien parecía recordar en sueños su eterna jornada laboral de la que ni al dormir podía librarse. Cadmio recordó que para hacer mas comoda su estancia en ese autobús del infierno era conveniente no pensar en nada e incluso ignorar al payaso urbano que fútilmente trataba de hacer reir a unos pasajeros a los que no les quedaba ni una sonrisa difusa para esbozar.

Llegado el momento se preparo para bajarse del lamentable vehículo dejando tras si un par de idiotas que libraban una batalla campal para ganar el asiento desocupado en el cual quedo otro recuerdo olvidado. Pero era simplemente un recuerdo vetusto. Era uno de hacía años, cuando Cadmio aprendió a montar en dragones. A viajar por los aires en una montura draconiana de alas rojas imponentes que atravesaba kilómetros de vientos arremolinados sin cansarse demasiado, por entre las nubes calidas, las mas cercanas a los tres soles de Luna sangre. Viendo desde lo alto los nevados junto a los pueblitos mágicos que, a tanta altura, parecían de juguete. En Instantes como esos no era necesaria la corona para sentirse emperador del universo sentado sobre el lomo de un dragón rugiente. El recuerdo, la remembranza, se quedo ahí en el asiento para finalmente ser aplastada sin remordimientos por el trasero gordo de un bastardo abogado que logro ganarle el asiento a la mujer embarazada

Finalmente llegado su destino abrió la puerta de su humilde hogar y se dirigió a tomar una siesta. Ahi durmió mientras muchos de sus recuerdos vagaban solitarios como huérfanos sin padre en las siniestras calles de la ciudad. Algunos eran vistos con burlas por los peatones, otros eran destrozados bajo las inclementes ruedas de algún vehiculo de moda. Cadmio olvido muchas cosas: Su gran imperio, la primera ves que hizo magia, los continentes flotantes, los castillos soberbios, etc. Pero no le importo demasiado. A pesar de la poca importancia que parecía darle a sus olvidos la noche lo escucho llorar. Era un llanto ahogado que el emperador trataba de silenciar con todas sus fuerzas, como si se avergonzara de el. No lograba comprender el precio tan alto que le había costado adaptarse al mundo real. Ya estaba amoldado, ya caminaba como todos y se sentía parte de una enorme comunidad humana. Entonces, ¿Por qué lloraba? Solo hacia falta olvidar una cosa para terminar de adaptarse a su nuevo mundo, pero darse cuenta cual era lo perdió en un abismo de pánico. Se trataba del recuerdo de Irene.

De pronto, sin lograr entender exactamente como, se encontraba corriendo como un desesperado hacia el portal. Aferrando el recuerdo de Irene como si de ello dependiera la eternidad de su alma. Corrio y corrió por las famélicas calles de una ciudad dormida, muerta. Paso por callejones repletos de desamparados, piso en su carrera miles de pedazos de recuerdos rotos. Zumbando mas rápido que el viento atravesó cientos de calles enredadas y vacias. Le faltaba el aire, pero no fuerzas. El desmayo por cansancio se asomaba maliciosamente en la mente de Cadmio, pero a el Duque, sin importarle nada seguía corriendo llevando el recuerdo de Irene consigo. Ni los televisores en oferta, ni el ritmo de vida, ni la maquinaria social, ni los eternas filas de gente le habían quitado eso aun. Corrio y corrió hasta no sentir sus piernas, vomito pero siguió corriendo sin aflojar el paso.

Los pocos que fueron testigos de ese maratón demencial creyeron que se trataba del diablo surcando la noche y muchos otros mas cuerdos, en apariencia, creyeron que estaba loco. Cadmio reparó en las miradas severas y pre juiciosas de quienes lo veían atravesar la ciudad y recordando como vivían, como viajaban, como se divertían y como pensaban tuvo la certeza de que estaban orates. Cadmio sabia que finalmente había perdido los cabales, pero prefirió su propia locura especial antes que comulgar en la demencia brutal y vulgar que compartían los habitantes de esa ciudad.

Despues de mucho pudo ver el arbolito marchito frente a sus ojos. No paro de correr. Sintió pánico con la sola idea de ir al otro lado, pero no paro de correr. Pensó arrepentirse, pensó en las comodidades del mundo real, pensó en compartir la locura de todos, pero no. No paro de correr. Y una lagrima recorrió su mejilla justo antes de llegar al árbol marchito que lo llevaría al ensueño, pero no paro de correr.

Dio las tres vueltas al árbol, y a la tercera apareció en el Feudo de Luna sangre, pero era distinto. El impacto de tal visión era, igual que antes, como un espadazo de hierro frio directo al alma.

Los últimos habitantes del feudo corrian aterrados tratado de huir de un ejercito grotesco que se asomaba por el horizonte. El piso de su feudo estaba cubierto de gusanos regordetes y hediondos que se retorcían por el suelo esparciendo enfermedad y muerte. Su amigo Drell yacia devorado por las sabandijas que le brotaban a raudales por las cuencas vacias de los ojos. Habia muerto intentando inútilmente arreglar el viejo tanque. Caia sangre desde los cielos en cuyas nubes claramente se distinguian rostros repletos de agonia. Los oídos de Cadmio se inundaron de un zumbido demoniaco que provenía de los ejércitos que atacaban luna sangre. Eran criaturas sin forma definida, que asemejaban mas que nada a millares de moscas gigantes que escupían los gusanos malditos que cubrían el piso. El batir de sus alas asquerosas provocaba el zumbido intenso que hubiera destrozado los tímpanos de cualquiera.

Ahí entre las tropas de moscas malignas y deformes se encontraba una emperatriz Irene distinta. Descarnada, sin piel. Con sangre Carmesi escurriéndole de los cabellos, de los ojos y los labios. Los dientes amarillentos como putrefactos y despidiendo un hedor a enfermedad que invitaba el vomito. Cadmio sabia que era Irene, no cabia duda, no titubeo ni por un momento. Desenvaino su espada y corrió en dirección contraria de donde lo hacia todo el mundo para enfrentarse, el solo si era necesario, con Irene y el macabro ejercito que la rodeaba.

Mientras mas y mas corría mas atrás iba dejando la cordura. Pues a pesar que tenia frente a si una muerte brutal y dolorosa corrio sin vacilar. Apretando bien el puño de su espada y sonriendo, como un demente, de par en par.

domingo, 18 de enero de 2009

He regresado

Uhmmm.. he estado ausente mucho tiempo. Lo suficiente para darme cuenta que este blog se ha desviado muchisimo de lo que pretendia al principio. Inicialmente fue creado como un blog de rol, especificamente del juego Changeling. Pero con eso de que mi mesa se destruyo ya no quedaba mucho de que hablar. Peor aun con eso de que la banalidad laboral ha consumido la mayor parte de mi alma faerica. No, ya no hay mucha actividad rolera de que hablar. Ya casi no visito a mis amigos. Nada de magic, nada de videojuegos. Nada de nada. Pero hay algo bueno. He tenido tiempo de leer un poco mas.

Este blog se ha mantenido por la satisfaccion que me da escribir este diario personal, realmente es muy agradable poder tener un diario electronico. Aunque claro, no esperen que cuente cosas muy personales. Ademas gracias a este blog he conocido a un par de personas muy agradables. Salud por eso!!!

Francamente pense que no habria mucho movimiento en el blog pero veo que han habido mas visitas de las que esperaba. Para un blog que no se ha movido casi por un mes creo que esta bastante bien 30 visitas. Muchas gracias a todos.

Bueno, espero andar por aqui un poco mas seguido. Realmente arregle esta computadora porque era insoportable no poder escuchar musica. No, puedo dejar muchas cosas pero mi musica no :(

Salud!